sábado, 25 de diciembre de 2010

LEER...


Ahora, querido lector, querida lectora, estás leyendo. ¿Crees que tus ojos «se deslizan» por las líneas como una especie de góndola a lo largo de un canal? Te equivocas. Los ojos humanos no se deslizan, sino que saltan por la línea escrita. Saltan, se detienen una centésima de segundo, leen las palabras que hay antes y después, vuelven a saltar de nuevo, y así hasta llegar al final de la línea: entre tres y seis saltos por línea, según lo apretadas que estén las palabras o la atención con que se lee.Tampoco nuestra atención se desliza, sino que salta. Aunque leamos con atención, no leemos todas las palabras: nos distraemos continuamente. Nuestra atención no está preparada para leer un chorro continuo de palabras únicas y esenciales, y los textos en los que uno no se puede perder ni una palabra (por ejemplo, ciertos textos de filosofía) tenemos que leerlos una y otra vez para entenderlos. Los textos bien escritos (como este, por ejemplo) consisten en continuas reelaboraciones de lo mismo, en variaciones y variaciones de un tema. Es necesario decir las cosas muchas veces para que el lector las entienda. Es necesario, digámoslo así, dar muchos ejemplos. La literatura es, en cierto modo, el arte de poner ejemplos. Cervantes dice en un par de frases que Don Quijote se volvió loco: a continuación, se dedica, a lo largo de cientos y cientos de páginas, a poner ejemplos.«Diferir» significa dos cosas: (1) decir algo diferente de lo que dice otro, y (2) postergar, es decir, retrasar en el tiempo. Todas las frases que existen, desde la primera que se escribió al principio de los tiempos, comparten esas dos cualidades. Difieren y se difieren. Diga usted algo, cualquier cosa. En seguida notará que es imposible decir eso «completamente», y que necesita añadir otra frase más para aclarar la primera. La segunda frase aporta precisión y acota el campo de significado de la primera, pero también introduce significados nuevos, nuevas cosas que hay que aclarar. Aparece así una tercera frase, que pretende dejar perfectamente claras la primera y la segunda. El «significado», pues, esa perla perfecta, esa flor azul inconcebible, difiere: se retrasa. Y también difiere en el otro sentido, se hace cada vez más diferente. Así surge la literatura: por la imposibilidad de decir nada completamente, de decir nada definitivamente.Antiguamente, leer se percibía como algo semejante a hablar. Esa es la razón de que en las inscripciones romanas, por ejemplo, las letras estén tan juntas: sólo se entiende dónde empiezan y terminan las palabras si se leen en voz alta. Fue San Agustín el primero que describe a una persona leyendo en silencio, es decir, leyendo con los ojos. A partir de entonces comienza el proceso que llevará a la lectura moderna, que percibimos no como algo semejante a hablar, sino como algo semejante a mirar. Leemos con los ojos, excepto los ciegos, que leen con los dedos: claro que los ciegos también ven con los dedos.Pero ¿qué es lo que vemos? Cuando leemos literatura, no vemos las letras. Ni siquiera vemos la página. Es posible que al principio, por espacio de unas frases, veamos la página, pero luego, si la magia de la literatura se produce de verdad, los ojos comienzan a ver cosas que no están físicamente presentes. Entonces leer ya no se parece ni a hablar, ni a mirar, sino a recordar. ¿Por qué los libros suelen estar escritos en pasado, si nos cuentan cosas que sentimos como presentes? Sin duda el origen está en los aedos que contaban las hazañas épicas sucedidas siempre mucho tiempo atrás, pero esa convención bien podría haber caído en desuso como tantas otras. No, los libros están escritos en pasado porque son algo así como recuerdos inducidos.Leer es una creación, y todo el que lee es creador. El buen lector lee sin prisa, lee sin expectativas. El buen lector no desea aprender nada ni convertirse en una persona mejor: desea vivir más, tener experiencias reales. El buen lector no va en busca de diversión, sino de alimento. Claro que, ¿quién desea alimentarse de una sustancia que no resulte deliciosa? El buen lector sabe que cuando entra en los caminos de un libro entra también en su propio interior, y que las cosas que encuentra en esos caminos, dragones o rosas, estatuas o ratas, están también dentro de él. Leer es viajar por dimensiones inexploradas del palacio de la imaginación; quiero decir, visitar cuartos de la propia casa mental que de otra forma estarían siempre cerrados. Leer es viajar, leer es descubrir, leer es construir en el espacio interior una casa, una resistencia. Leer es construir una casa para el alma. Leer es construirse un alma.



Leer: cómo se hace, para qué sirve. Andrés Ibáñez (29 de julio de 2006)





... y nos morimos de comunicación




domingo, 19 de diciembre de 2010

La reforma de la educación apuntará a reformar los corazones





Hay una gran mayoría de científicos convencida de que la próxima revolución, la que cambiará nuestras vidas hasta límites irreconocibles, será la fusión de la biología y la tecnología, que ya ha empezado. Esta revolución avanza a pasos agigantados, pero yo estoy convencido de dos cosas: de que no será la más importante y de que le va a ganar la partida otro tipo de transformación que se expresará, a la vez, más profunda y lentamente.
¿Por qué digo eso? Son muy pocos los que aludirán a la educación o la enseñanza como a la actividad que atraviesa la crisis más grave, y, sin embargo, es, a mucha distancia de las demás, la que menos está respondiendo a las exigencias de las sociedades modernas.


El objetivo no será cambiar las clases, que, a veces, parecen una reunión de 30 jóvenes con problemas mentales gritando a sus profesores. Tampoco podemos cambiar de la noche a la mañana las asociaciones de padres, que parecen compaginar un desinterés inaudito por la educación de sus hijos con una cierta agresividad contra el profesorado.
¿Cuál será, pues, a partir de pasado mañana, la misión de los sistemas educativos en el futuro? ¿Formar especialistas? No. ¿Pertrechar las mentes de sus estudiantes? No:

Los esfuerzos venideros en materia educativa apuntarán a reformar los corazones de la infancia y la juventud, olvidados por la obsesión exclusiva en los contenidos académicos.


¿Cómo se consigue alcanzar esta misión? Cumpliendo estos dos objetivos.

Uno: aprender a fomentar la inteligencia social y no sólo la individual, hacer que sirva para concatenar cerebros dispares y distintos, tomando buena nota de sus diferencias étnicas, culturales y sociales.
Simultáneamente –y éste es el otro objetivo–, resultará imprescindible que los maestros fomenten el aprendizaje de las emociones positivas y negativas, que son comunes a todos los individuos y previas a los contenidos académicos destilados a la infancia; es decir, aprender a gestionar lo que nos es común a todos. Se trata de enseñar a los jóvenes a gestionar la rabia, la pena, la agresividad, la sorpresa, la felicidad, la envidia, el desprecio, la ansiedad, el asco o la sorpresa.


Lejos de ser la profesión de docente una de las más livianas, es ya, sin lugar a dudas, las más compleja y sofisticada de todas ellas. ¿Cómo ha podido la sociedad, los propios educandos y las instituciones hacer gala de tanta ceguera?





La crisis de fondo está en la educación

Eduard Punset

22 noviembre 2009




Para los nostálgicos, no todo está perdido



Los "tengo ganas de verte", "te echo de menos" y, sobre todo, los "te quiero" parecen más sinceros cuando están escritos a mano, cuando al ver el papel o abrir el sobre se descubre la tinta del bolígrafo y quien lee la nota distingue la letra de la persona a la que ama.


Pero el aspecto romántico no es el único beneficio de esta práctica, cada vez más en desuso. Además de contribuir a las relaciones amorosas, redactar a mano tiene ventajas para el cerebro. Entre otras cosas, ayuda a fijar conceptos, a aprender, se favorece el aprendizaje de formas, símbolos y lenguas, y a mantener la mente activa: es bueno seguir escribiendo a mano, porque al hacerlo se piensa más lo que se está diciendo.


En definitiva, escribir a mano ayuda a expresar mejor los pensamientos y las ideas.



TODO DEPENDE DE LA POSICIÓN....

Según estudios recientes:

hacerlo de pie fortalece la columna;
boca abajo estimula la circulación de la sangre;
boca arriba es más placentero;
hacerlo solo es rico, pero egoísta;
en grupo puede ser divertido;
en el baño es muy digestivo;
en el coche puede ser peligroso...
hacerlo con frecuencia desarrolla la imaginación;
entre dos, enriquece el conocimiento;
de rodillas, resulta doloroso...
En fin, sobre la mesa o sobre el escritorio,
antes de comer o de sobremesa,
sobre la cama o en la hamaca,
desnudos o vestidos,
sobre el césped o en la alfombra,
con música o en silencio,
entre sábanas o en el baño:
hacerlo, siempre es un acto de amor y de enriquecimiento.
No importa la edad, ni la raza, ni el credo, ni el sexo, ni la posición económica
para leer,
por eso mi querido amigo, lee,
porque...
¡leer es un placer!



DEFINITIVAMENTE, LO MEJOR ES LEER
Y DISFRUTAR DE LA IMAGINACIÓN,
Y TÚ LO ACABAS DE EXPERIMENTAR.

¡ENRIQUECE TU HÁBITO POR LA LECTURA!